Esto fue escrito a mi llegada a Valparaíso, el año 2001. Entonces vivía en Calle Aduanilla, en Cerro Cordillera.
Valparaíso parece a veces una ciudad fantasma: múltiple cantidad de sitios abandonados, de cités o casas de techos altos y paredes roídas por ratones y humedad; ventanas sin vidrios desde donde aún cuelga un resto de cortinaje al viento; ventanas como oscuras bocas sin dientes, sin luz, sin vida, salvo la de los ratones.
Desde mi ventana observo una de esas casas, apenas sostenida, milagrosamente en pie a pesar de los incesantes temblores de tierra, con rojas calaminas cubriendo sus paredes y que harían la delicia de un fotógrafo o pintor por los juegos de luces y sombras, por los matices ocres que se deslizan en esa textura que encierra la vaciedad y la pobreza de una casa más en este puerto que "amarra como el hambre" pero cuya miseria ofende a todos, excepto a las autoridades que no hacen ni harán nada por esta ciudad salvo llenarla de letreros de publicidad electoral.
En la calle Canal, paralela a Castillo, se encuentra el ascensor San Agustín, con un tramo de 35 metros que funciona desde 1913 y desemboca en calle Tomás Ramos. Allí también el mundo está en ruinas. Cuando el ascensor desciende (o si sube) pueden observarse en el trayecto, casas habitadas con el violento decorado de la pobreza, casas deshabitadas en que anidan las palomas, la basura, y el constante gotear. Al terminar el recorrido, un largo y lúgubre corredor deposita al viajero en Tomás Ramos y sus casas de puertas antiguas, clausuradas con candados y cadenas, con mínimas barreras de maleza creciendo, talleres mecánicos, botillerías y fuentes de soda donde se escucha música de la "Nueva Ola".
Esos centros de reunión de parroquianos pareciera pertenecer a otro tiempo (como muchas cosas de esta ciudad), como la música que se cuela por la puerta o sus mostradores de madera verde nilo desvaído. Todo allí huele a nostalgia, a decadencia, a tiempos idos que fueron mejores. Una parte de Chile se cobija con porfía en esos años suspendidos, una época en que las dificultades eran otras y no se resolvían a balazos, con tortura o exilio. Edad de la inocencia, tan ingenua como las canciones de Paul Anka y su melosa "You´re my destiny", pero son sitios que cohabitan sin mayores prejuicios o resignación con oficinas y asesorías judiciales de pretendida y aséptica modernidad.
Hay tribunales donde llevan a los reos a declarar y en la acera, justo frente a una guardería infantil, lloran a gritos las madres o esposas de esos hombres a los cuales se les dictará sentencia.
Al final de esa calle destartalada, se encuentra la imponente Comandancia Naval o ex Intendencia de Valparaíso, de impecable gris, rejas negras y adornos dorados como botones de chaqueta de marino. La otra cara, tan real como la ya descrita, pero más soberbia, aislada y al margen de todo lo anterior, ajena a esta ciudad que como un fantasma, se desvanece lentamente. (26/11/01)
Reflexiones acerca de América Latina, ensayos políticos, literarios, noticias y algo de mi narrativa.
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Mirando Valparaíso desde el Cerro Cordillera, 2002

Mi casa era el viento ululando por Valparaíso,/las luces de Quintero/los perros vagos deambulando por las calles.
En las alturas titeremundanas
John Márquez tras la cámara y Rodrigo Acosta en la dirección del programa infantil Títere Mundachi.
En el bosque titeremundano...
Aunque algunos parezcan mutantes... Noo! Es Títere Mundachi
Grabando en Mérida el programa infantil que dirige Rodrigo Acosta. Un montón de locos creativos con él a la cabeza han dado cuerpo a esta serie televisiva.
En pleno rodaje y con mucho frío.
Un felino porteño

Personaje característico de las calles de Valparaíso, visto por Marcela Latoja.
La ciudad que se deshace lentamente.

Siempre Valparaíso, por Marcela.
Subiendo hacia el Cerro Concepción.

Los colores de la ciudad. By Alex Aguero.
Siempre presente... Allende.

Bajando por Almirante Montt, hacia Plaza Aníbal Pinto. Otra foto de Alex Aguero.
En pleno Almendral, mi escuela.
Escuela Ramón Barros Luco, Valparaíso. Es una construcción que data de 1926 y debe su diseño al arquitecto Alfredo Azancot. Conjuga diversos estilos y aunque ha sido modificada en su interior, aún conserva su misterio, como sus fantasmas, por ejemplo. Quienes estudiamos allí tenemos más de una historia al respecto.
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