Para mi hermana Paola
Entre la heterogénea sonoridad de la ciudad puede detectarse el silencio omnipresente de ese séquito disperso que alguien debiera, en algún momento, perseguir y recolectar, el de los gatos dentro del portentoso contexto de esa ciudad.
Como a muchas personas, nada le cuesta distraerse de las cosas realmente importantes, como cancelar las cuentas de la luz o encontrar comestibles más económicos. Porque siempre encuentra razones para olvidar todo aquello si ve a algún gato aparecer.
Los gatos se asemejan a veces a los seres humanos, piensa ella mientras recorre la ciudad. Gatos y brujas. Gatos cafiches y putas. Gatos de salón, prisioneros tras las ventanas y entre los visillos. Gatos de yeso, gatos de feria mordisqueando frutas, gatos de puerto, de bodegas, al podrido perfume de los quesos; gatos de mercados, entre cajas de manzanas y sacos de cebolla o sobre un mostrador de tienda.
¡Qué sería de esa ciudad fantasma sin sus felinos! huidizos, misteriosos, en callejones, bajando por inacabables escaleras como transeúntes cualquiera, incólumes frente al desastre de esta ciudad que se desmorona después de cada temporal; gatos solitarios como muchos habitantes del somnoliento y harapiento ancladero que es esa ciudad; gatos en celo sobre muros y techumbres, emergiendo de la oscuridad, de la noche, de la nada, impasibles a las cuatro de la madrugada o lamiéndose una pata; acicalándose, tendidos al sol, entre la hierba crecida de los jardines, la panza tibia, o dejando su impronta en las puertas de viejos caserones abandonados.
Gatos hablándole como sólo ellos saben hacerlo; gatos foráneos, gatos atropellados, muertos en peleas de callejones; gatos semisalvajes habitantes de quebradas, gatos circulando por tejados sostenidos con viejos neumáticos, acechando palomas, asomando orejas de improviso o con sigilo entre los geranios, mirando impertérritos desde su altura y distancia de siglos, gatos como exhalaciones, noctámbulos, de aristocráticas cabezas, ojos persas o egipcios husmeando restos de pescado en el Mercado.
Alucinante, persistente la mirada de los gatos, mimetizándose entre el color cobrizo de la tierra o de latas de zinc que recubren paredes.
Los gatos se pasean y entregan secretos a la noche, secretos que nadie desea conocer, pronunciados en una lengua ahora olvidada, en un desconocido idioma, y los séquitos gatunos ronroneantes adheridos a las piernas de los que se creen sus dueños. ¿Cuántos gatos puedes contar mientras transitas por esta ciudad dormida, por esta ciudad de casas indiferentes, de escaleras interminables como la noche?
Reflexiones acerca de América Latina, ensayos políticos, literarios, noticias y algo de mi narrativa.
viernes, 26 de septiembre de 2008
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Mirando Valparaíso desde el Cerro Cordillera, 2002

Mi casa era el viento ululando por Valparaíso,/las luces de Quintero/los perros vagos deambulando por las calles.
En las alturas titeremundanas
John Márquez tras la cámara y Rodrigo Acosta en la dirección del programa infantil Títere Mundachi.
En el bosque titeremundano...
Aunque algunos parezcan mutantes... Noo! Es Títere Mundachi
Grabando en Mérida el programa infantil que dirige Rodrigo Acosta. Un montón de locos creativos con él a la cabeza han dado cuerpo a esta serie televisiva.
En pleno rodaje y con mucho frío.
Un felino porteño

Personaje característico de las calles de Valparaíso, visto por Marcela Latoja.
La ciudad que se deshace lentamente.

Siempre Valparaíso, por Marcela.
Subiendo hacia el Cerro Concepción.

Los colores de la ciudad. By Alex Aguero.
Siempre presente... Allende.

Bajando por Almirante Montt, hacia Plaza Aníbal Pinto. Otra foto de Alex Aguero.
En pleno Almendral, mi escuela.
Escuela Ramón Barros Luco, Valparaíso. Es una construcción que data de 1926 y debe su diseño al arquitecto Alfredo Azancot. Conjuga diversos estilos y aunque ha sido modificada en su interior, aún conserva su misterio, como sus fantasmas, por ejemplo. Quienes estudiamos allí tenemos más de una historia al respecto.
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