Un segundo espacio es la copa de la Ceiba (Ceiba pentandra) que puede ser escondite o ruedo taurino. El árbol sagrado corresponde a una estructura simbólica y mítica muy potente y de gran importancia para los pueblos indígenas, y que sirve para sostener y explicar la concepción del mundo que poseen.
Marcos y Durito se ocultan entre sus ramas. En la mayoría de las culturas, el árbol es considerado como portador de poder, de salvación y de vida, porque la colectividad se congrega en torno a él. También es símbolo de fenómenos celestes, asociado a los ritos de renovación de la vida y, por ende, a la madre: está el “árbol de la vida” o árbol del paraíso; el “árbol del conocimiento”, el ciprés, consagrado a la diosa Afrodita; Dionisio planta una higuera a la entrada del Hades; los hindúes adoran el aswatha (Ficus religiosa), que cobija a Vishnú, Brahma y Maheswar; los egipcios tenían como sagrado al sicómoro; el Yggdrasill, fresno de los nórdicos, es el árbol de los mundos y protector de la comunidad que abarca los tres mundos y encierra el misterio de la vida y de la muerte.[1] La reiteración de este elemento sagrado en diferentes culturas a través de los tiempos le confiere un valor de arquetipo, por cuanto éste corresponde a una imagen simbólica que tiende a repetirse. En las culturas mesoamericanas, la Ceiba y el ahuehuete tienen un lugar privilegiado; particularmente, en la religiosidad maya, la Ceiba representa el cielo, con un pájaro (un quetzal) en la parte más alta de la copa, el cual se asocia al dragón y que simboliza el semen de la vida que todo lo fecunda.[2] Es también un medio para transitar de un ámbito a otro. Este pájaro-serpiente es capaz de viajar entre el cielo y la tierra. Para Mercedes de la Garza, otro aspecto importante con respecto a la Ceiba, guarda relación con la simbología de este árbol, en tanto “accis mundi” o punto de transición y cambio entre lo terrenal, el inframundo y el espacio celeste, espacios que son cuidados por los hombres para que coexistan en armonía y el ciclo de la naturaleza pueda continuar. Al respecto, tomaré la descripción de la tapa del sarcófago del rey maya Pacal porque ilustra la importancia que se confería a estos elementos de la naturaleza, que siguen siendo de gran significación para los modernos descendientes de los mayas:
“Un ave celestial permanece posado en la copa, mientras una
serpiente se enrosca en torno al mundo del medio o nivel
terrenal (...) De esta forma los antepasados se comunicaban
a través de la serpiente de la visión, la deidad que permitía
la comunicación entre ambos mundos.” [3]
Marcos y los zapatistas recurren a la Ceiba para ocultarse entre sus ramas protectoras; en este árbol, el Sup escribe, envía mensajes en una botella o se evade momentáneamente de las obligaciones que le impone su rango; es ruedo donde practicar lances a la luna-toro; también, “una isla con aspiraciones de volar” y a ésta llega una botella mensajera “flotando en la cresta de una nube y quedó atorada en una de las ramas de la Ceiba.” Este árbol representa al mundo, una sociedad conformada por seres humanos que desean mejorar su vida y su futuro.
Las ceibas “sirven para guardar la noche”, es decir, cobijar el espacio de lo sagrado, de lo cósmico, pues ésta, en su carácter ontológico es origen y es fin, el espacio del cual procede la vida y al cual debe retornar el ser humano una vez que haya cumplido su ciclo. Noche es muerte y disolución, sueño, ocaso, destino; de la noche emergen seres nocturnos como los murciélagos o las lechuzas, de ella proceden los indígenas, en ella se ocultan y permanecen despiertos para avanzar, son los insomnes que la historia necesita”, a la noche retornarán cuando mueran, con lo cual el narrador se hace eco de una recurrente preocupación del ser humano, como lo es la finitud.
Los árboles, que además cobijan otros seres vivos, también están hechos de hojas, como los libros, quizás la propuesta zapatista consista en un solo gran libro o un solo gran árbol, no pienso aquí en el sentido bíblico, sino en la capacidad de renovación del árbol en el cual sus hojas mueren, pero otras toman su lugar, y los zapatistas, como los quetzales de la mitología se encargarían de nutrir ese árbol, son la savia y tienen un lugar privilegiado, pues deben intentar recobrar el equilibrio que sus comunidades (como una parte del mundo que representan) han perdido.
[1] Van der Looew. Op. cit. P.50.
[2] De la Garza, Mercedes en http://www.montero.org.mx
[3] Lundquist, J. Op. Cit. P. 30
Marcos y Durito se ocultan entre sus ramas. En la mayoría de las culturas, el árbol es considerado como portador de poder, de salvación y de vida, porque la colectividad se congrega en torno a él. También es símbolo de fenómenos celestes, asociado a los ritos de renovación de la vida y, por ende, a la madre: está el “árbol de la vida” o árbol del paraíso; el “árbol del conocimiento”, el ciprés, consagrado a la diosa Afrodita; Dionisio planta una higuera a la entrada del Hades; los hindúes adoran el aswatha (Ficus religiosa), que cobija a Vishnú, Brahma y Maheswar; los egipcios tenían como sagrado al sicómoro; el Yggdrasill, fresno de los nórdicos, es el árbol de los mundos y protector de la comunidad que abarca los tres mundos y encierra el misterio de la vida y de la muerte.[1] La reiteración de este elemento sagrado en diferentes culturas a través de los tiempos le confiere un valor de arquetipo, por cuanto éste corresponde a una imagen simbólica que tiende a repetirse. En las culturas mesoamericanas, la Ceiba y el ahuehuete tienen un lugar privilegiado; particularmente, en la religiosidad maya, la Ceiba representa el cielo, con un pájaro (un quetzal) en la parte más alta de la copa, el cual se asocia al dragón y que simboliza el semen de la vida que todo lo fecunda.[2] Es también un medio para transitar de un ámbito a otro. Este pájaro-serpiente es capaz de viajar entre el cielo y la tierra. Para Mercedes de la Garza, otro aspecto importante con respecto a la Ceiba, guarda relación con la simbología de este árbol, en tanto “accis mundi” o punto de transición y cambio entre lo terrenal, el inframundo y el espacio celeste, espacios que son cuidados por los hombres para que coexistan en armonía y el ciclo de la naturaleza pueda continuar. Al respecto, tomaré la descripción de la tapa del sarcófago del rey maya Pacal porque ilustra la importancia que se confería a estos elementos de la naturaleza, que siguen siendo de gran significación para los modernos descendientes de los mayas:
“Un ave celestial permanece posado en la copa, mientras una
serpiente se enrosca en torno al mundo del medio o nivel
terrenal (...) De esta forma los antepasados se comunicaban
a través de la serpiente de la visión, la deidad que permitía
la comunicación entre ambos mundos.” [3]
Marcos y los zapatistas recurren a la Ceiba para ocultarse entre sus ramas protectoras; en este árbol, el Sup escribe, envía mensajes en una botella o se evade momentáneamente de las obligaciones que le impone su rango; es ruedo donde practicar lances a la luna-toro; también, “una isla con aspiraciones de volar” y a ésta llega una botella mensajera “flotando en la cresta de una nube y quedó atorada en una de las ramas de la Ceiba.” Este árbol representa al mundo, una sociedad conformada por seres humanos que desean mejorar su vida y su futuro.
Las ceibas “sirven para guardar la noche”, es decir, cobijar el espacio de lo sagrado, de lo cósmico, pues ésta, en su carácter ontológico es origen y es fin, el espacio del cual procede la vida y al cual debe retornar el ser humano una vez que haya cumplido su ciclo. Noche es muerte y disolución, sueño, ocaso, destino; de la noche emergen seres nocturnos como los murciélagos o las lechuzas, de ella proceden los indígenas, en ella se ocultan y permanecen despiertos para avanzar, son los insomnes que la historia necesita”, a la noche retornarán cuando mueran, con lo cual el narrador se hace eco de una recurrente preocupación del ser humano, como lo es la finitud.
Los árboles, que además cobijan otros seres vivos, también están hechos de hojas, como los libros, quizás la propuesta zapatista consista en un solo gran libro o un solo gran árbol, no pienso aquí en el sentido bíblico, sino en la capacidad de renovación del árbol en el cual sus hojas mueren, pero otras toman su lugar, y los zapatistas, como los quetzales de la mitología se encargarían de nutrir ese árbol, son la savia y tienen un lugar privilegiado, pues deben intentar recobrar el equilibrio que sus comunidades (como una parte del mundo que representan) han perdido.
[1] Van der Looew. Op. cit. P.50.
[2] De la Garza, Mercedes en http://www.montero.org.mx
[3] Lundquist, J. Op. Cit. P. 30
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