domingo, 21 de septiembre de 2008

Del tamaño de mi fe...un cuento para Héctor

El libro se abre y me muestra lo que quiero ver, lo que deseo, lo que ignoro, lo que temo. Lo que soy o seré y quiénes más vendrán detrás de mí o quiénes estuvieron aquí antes. El libro deja una leve señal para guiarme en la noche oscura del alma. Es como un faro esa luz, ese libro.

A medida que voy internándome en él, comienzo a ver, a percibir, a conocer sus personajes, sus acciones y su particular lógica: por ahí los expectros que me siguen con sigilo desde hace cierto tiempo pero que fingo no ver, por allá asoma un bufón que ensaya morisquetas pero lo ignoro, escucho un croar de ranas en pleno centro de la ciudad, mi escenario, después una lluvia pertinaz comienza a caer sobre mí y mi sombrero. Pero no suelto mi libro, lo aprieto contra mi pecho y continuo mi camino, avanzo por este sendero de espinas, sobre las brasas ardientes.

Miro el reloj pero sus agujas no se mueven. Por ahí me distraigo, porque miraba el reloj e intentaba calcular la hora, como si el tiempo tuviese valor e importancia en momentos cruciales como este. Después me pierdo, me voy, me desvío, me devuelvo, me duermo, me arrepiento, hago trampas, me quedo esperando que alguien pase, que alguien se apiade, me dé un aventón, hasta que aparece Dios el Salvador, Omnipotente, Omnipresente, Todopoderoso, Misericordioso en su automóvil celeste y sin relámpagos pero con las luces altas y le digo distraída, sentada al borde del camino sobre una piedra, mientras me pinto las uñas de metálico celeste para estar a tono con las celestiales circunstancias: - Cómo, pero si tú no existías, Padre Celestial.- porque una cosa es ser atea y otra muy distinta, maleducada.

Pero el Creador es benigno también y de unas mangas de rayas de suavísima tela emergen sus hermosas manos creadoras sin callos ni asperezas, ofreciendo un puñado de rojas fresas, extraídas de un campo de fresas para que corran las niñas fresa. Pero el libro también describe en una de sus páginas que al otro lado, digamos que en el bando enemigo, más allá, en la majestuosa y blanca montaña, se encuentra un campo de rojas amapolas donde corren las otras niñas, las que son como yo y para allá parto rauda no vaya a ser que se acaben las amapolas.

Me justifico diciéndole al Padre Eterno que disculpe, que después de todo soy sólo una fémina, es decir, un ser de fé menor y qué culpa tengo que a los hombres del medioevo se les ocurriese establecer sus prejuicios acerca de mí como una verdad inamovible. Así que en realidad la culpa de mi volubilidad y escasa fé la tienen ellos, no yo. Y todas ls historias que nos cuentan han sido una enorme patraña construida por los hombres para intentar explicarse a sí mismos y de paso someternos a nosotras. Aunque quizás la conducta humana no ha sido más que producto de un moldeado, de un modelado a través de proteínas presentes en nuestro código, en nuestro ADN y quizás si las inhibiéramos podríamos cambiar, dejar de ser los hombre y las mujeres que somos y convertirnos en otros y otras distintas, mejores.

Luego de este arranque de feminismo, de ingenuidad al pensar en la bondad natural, de pensamiento pseudocientífico, porque no soy ni bióloga ni nada, veo que por allá lejos se divisa una iglesia con su respectivo púlpito. Pienso que las construcciones filosóficas al igual que los templos no dejan de resultar fascinantes y que los orientales más orientales plantean que el fin último es dejar de pensar y contemplar. También algunos de sus edificios sagrados son de una simpleza maravillosa. Así que mejor contemplemos y no hablemos pero de todas formas algo tengo que decir antes de desaparecer, de caer en el vacío, me justifico..

Para decirle esto me he subido al púlpito de la iglesia colonial que aún queda en pie en esta ciudad, una iglesia pintada de blanco, techo con vigas de madera y santos policromos por todos lados. Aunque le temo a las alturas - voy asiéndome de la frágil baranda de madera oscura- no puedo perder quizás la única oportunidad que tendré en la vida de ocupar el sitial que históricamente ha sido patrimonio de los hombres. Así que llego hasta arriba y abro el libro. Se ve todo distinto desde las alturas, aunque me separan apenas unos metros de la feligresía que lee revistas y come papitas fritas sin mayor recato ni recogimiento alguno, mientras esperan mi revelación.

Pronuncio mis breves y oportunas palabras, ellos se quedan con la boca abierta, me bajo del púlpito y me voy corriendo al campo florido.

Un Chardonnay frío y unas peras en la terraza me aguardan desde hace rato. Llego con las mejillas arreboladas de tanto correr y mi ramo también colorado en una mano. Son muchas las flores que recogí, claro que tuve que luchar por ellas a brazo partido, en realidad, me caí a trompadas con varios que querían arrebatármelas. Yo olvido por un momento mis modales de señorita y me comporto como un estibador; los maldigo a todos y les muestro mi Parabellum sin balas. Pero igual se asustaron y salieron corriendo.

Oigo unas botas que suenan demasiado a lo lejos, será el Misericordioso acercándose inexorable, implacable para señalar en ese libro mis pecados? Qué manía la suya esa de querer redimirme cuando prefiero propinarme solita mis cien latigazos reglamentarios cada vez que el remordimiento me muerde el alma, o el sitio donde imagino que ésta se encuentra. Pero simulo no oírlo y bebo Chardonnay del cáliz sagrado.

Todo eso aparece en ese libro que es el faro que nos guía y me ilumina en las noches mientras afuera sigue cayendo la lluvia. Yo, como siempre, continúo bebiendo.

Así dice el libro. Eso fue lo que me enseñó y yo, religiosamente me lo creo.

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Mirando Valparaíso desde el Cerro Cordillera, 2002

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Mi casa era el viento ululando por Valparaíso,/las luces de Quintero/los perros vagos deambulando por las calles.

En las alturas titeremundanas

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John Márquez tras la cámara y Rodrigo Acosta en la dirección del programa infantil Títere Mundachi.

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En el bosque titeremundano...

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Aunque algunos parezcan mutantes... Noo! Es Títere Mundachi

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Grabando en Mérida el programa infantil que dirige Rodrigo Acosta. Un montón de locos creativos con él a la cabeza han dado cuerpo a esta serie televisiva.

En pleno rodaje y con mucho frío.

Un felino porteño

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Personaje característico de las calles de Valparaíso, visto por Marcela Latoja.

La ciudad que se deshace lentamente.

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Siempre Valparaíso, por Marcela.

Subiendo hacia el Cerro Concepción.

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Los colores de la ciudad. By Alex Aguero.

Siempre presente... Allende.

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Bajando por Almirante Montt, hacia Plaza Aníbal Pinto. Otra foto de Alex Aguero.

En pleno Almendral, mi escuela.

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Escuela Ramón Barros Luco, Valparaíso. Es una construcción que data de 1926 y debe su diseño al arquitecto Alfredo Azancot. Conjuga diversos estilos y aunque ha sido modificada en su interior, aún conserva su misterio, como sus fantasmas, por ejemplo. Quienes estudiamos allí tenemos más de una historia al respecto.