Bella creación de Marcela Latoja, artista de Valparaíso.
La
loca de la cartera también decía vivir en un castillo, en realidad se trataba
de una casona que quedaba en la calle de
ese mismo nombre, casi al lado del Museo Lord Cochrane, donde nunca vivió el tal
lord pero sí tenía la mejor vista de la ciudad. En ese Museo se erigió el
primer observatorio astronómico del continente y aun antes, tuvo cañones que
debieron ser utilizados contra la Armada Española y más atrás en el tiempo,
contra corsarios ingleses u holandeses como Francis Drake o Shark, quienes arrasaron más de una vez las
costas de este reyno y con las escasas
riquezas de los primeros habitantes. Muy cerca de allí, también se construyó el
Castillo de San José, que fungía de
cárcel, según nos contó una vez don Vicente, un viejecito, dueño del Emporio La
Ardilla. Dicho almacén quedaba un poco más abajo, en esa misma calle,
donde íbamos a comprar cigarrillos.
En esta casa, contigua al museo, que databa del año 1920,
vivieron, antes, las chicas que trabajaban en
el Molino Rojo, un bar que ya no existe. Eso también nos lo contó don
Vicente. Y en verdad que el espíritu de
la remolienda era el de esa casa y se apoderó de todas sus posteriores habitantes, loca de la cartera y otras locas
incluidas, quienes resultaron ser unas auténticas bataclanas posmodernas, una
de ellas estudiaba matemáticas y tocaba el
acordeón subida al techo, según
me han contado, aunque su mayor afición la constituía el ajedrez, mientras
que otra practicaba yoga, tai-chi, leía las runas, el tarot y cuanto medio
esotérico estuviera a su alcance. Una tercera imaginaba sus historias mientras
tejía largas y coloridas bufandas durante los inviernos, historias que después
escribía, mientras que una cuarta recorría la ciudad capturando disparatadas
imágenes con su cámara de los no menos disparatados habitantes.
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