
El diario El Mercurio de Valparaíso es uno de los más antiguos del continente y desde el año 1899 data el edificio que lo alberga actualmente. Es una hermosa construcción que ha sobrevivido a varios terremotos, como el de 1906, que terminó por derrumbar casi todo lo que quedaba de la época colonial. Por eso todo lo que se ve antiguo en mi ciudad son construcciones de estilo inglés o francés. Sólo permanece en pie una casa que perteneció a Lord Cochrane aunque éste jamás vivió allí, en el Cerro Cordillera en la calle Merlet y que albergó el primer observatorio astronómico del país y del continente durante el siglo XIX y que hoy sirve de Museo. Esa casa o museo marítimo cuenta con una vista privilegiada y yo vivía al otro extremo de esa misma calle, en Castillo con Merlet. En ese cerro y en esas casas de los alrededores, también existen muchas historias, cuentos y leyendas a las que me referiré en otra ocasión.
Pero quería más bien contarles una leyenda de Valparaíso que tiene su epicentro en la calle Esmeralda, donde se encuentra El Mercurio, a algunas cuadras de distancia de Cordillera, a los pies del Cerro Concepción y que es una de las muchas leyendas que existen y es que mi ciudad tiene infinidad de historias a cual más interesante y entretenida. Barcos fantasmas, santos que trae el mar, pactos diabólicos, seres mitológicos, casa embrujadas, cuentos de corsarios, criminales famosos que inspiran a escritores y que se convierten en “animitas” a los que los fieles llevan ofrendas para pedirle favores, etc. En esta ocasión quiero referirme a los misterios de la cueva del chivato. El chivato, en Chile, se refiere al macho cabrío, a una de las muchas transformaciones del Maligno.
Pues bien, en el sitio que hoy ocupa el diario el Mercurio, en la calle Esmeralda, que antes se llamó la calle Del Cabo, en los faldeos del Cerro Concepción hubo un roquerío, un promontorio y una cueva. Antiguamente, me estoy refiriendo al siglo XV o XVI, el mar lo ocupaba todo, fue con el correr de los siglos que se le fue ganando espacio al océano. De hecho, gran parte de la ciudad está edificada sobre restos de antiguos naufragios. En aquel entonces, era eso un roquerío donde rompían las olas y allí, había una gran cueva donde, decían, aparecía el Demonio para atraer a las a sirenas que de vez en cuando iban hasta allá para peinar sus largas cabelleras. Pero, para los porteños, ese Demonio, transformado en un Chivo demoníaco atraía a los incautos que por allí atinaban a pasar cuando caía la noche, trasladándose desde el sector El Puerto hasta El Almendral, los embrujaba con sus ojos malignos, y luego los devoraba y por eso ya nunca volvía a saberse de los infortunados. Los porteños comenzaron a llamarla La cueva del chivato desde el siglo XVII..
A finales del siglo XVII ese promontorio y sus alrededores fue vendido a un comerciante vasco Joaquín de Villaurrutia, quien lo dinamitó para comenzar a edificar los edificios que servirían de bodegas para sus transacciones comerciales.
Villaurrutia, logró ser dueño de una fragata con la que deseaba mantener el régimen colonial, pero muy pronto cayó en poder de los patriotas durante gloriosos acontecimientos producidos en 1821. La nave fue destruida durante un violento temporal que la estrelló en los roqueríos que existían frente a la Cueva del Chivato.
Fue hasta el siglo XIX que, según se cuenta, unos marineros ingleses descubrieron que el lugar albergó, en realidad, sucesivas generaciones de ladrones quienes escondían allí sus botines y aprovechaban de asaltar a los viajeros. Ladrones y no el diablo, vivían en el lugar
El año 1833, José Waddington, un comerciante inglés, compró una gran parte del Cerro Concepción, incluyendo los terrenos de la Cueva del Chivato y otros en la Calle del Cabo. Este ordenó nuevas demoliciones del fatídico promontorio haciendo desaparecer definitivamente la legendaria Cueva. El antiguo roquerío desapareció, mas no sus leyendas y su misterio. Ahora hay una placa recordatoria en esa concurrida calle y subiendo unas escaleras, a un costado de El Mercurio, se encuentra un restaurant que lleva ese nombre: La cueva del Chivato. Hasta donde recuerdo la comida no era muy buena. Por esa misma zona, un poco más arriba, vivió mi prima Marcela Latoja quien, ponía en la ventana de su casa, sus bellas marionetas. Más arriba aún, hay iglesias, como las de la foto, que creo es la Iglesia Anglicana o Luterana.
Pero quería más bien contarles una leyenda de Valparaíso que tiene su epicentro en la calle Esmeralda, donde se encuentra El Mercurio, a algunas cuadras de distancia de Cordillera, a los pies del Cerro Concepción y que es una de las muchas leyendas que existen y es que mi ciudad tiene infinidad de historias a cual más interesante y entretenida. Barcos fantasmas, santos que trae el mar, pactos diabólicos, seres mitológicos, casa embrujadas, cuentos de corsarios, criminales famosos que inspiran a escritores y que se convierten en “animitas” a los que los fieles llevan ofrendas para pedirle favores, etc. En esta ocasión quiero referirme a los misterios de la cueva del chivato. El chivato, en Chile, se refiere al macho cabrío, a una de las muchas transformaciones del Maligno.
Pues bien, en el sitio que hoy ocupa el diario el Mercurio, en la calle Esmeralda, que antes se llamó la calle Del Cabo, en los faldeos del Cerro Concepción hubo un roquerío, un promontorio y una cueva. Antiguamente, me estoy refiriendo al siglo XV o XVI, el mar lo ocupaba todo, fue con el correr de los siglos que se le fue ganando espacio al océano. De hecho, gran parte de la ciudad está edificada sobre restos de antiguos naufragios. En aquel entonces, era eso un roquerío donde rompían las olas y allí, había una gran cueva donde, decían, aparecía el Demonio para atraer a las a sirenas que de vez en cuando iban hasta allá para peinar sus largas cabelleras. Pero, para los porteños, ese Demonio, transformado en un Chivo demoníaco atraía a los incautos que por allí atinaban a pasar cuando caía la noche, trasladándose desde el sector El Puerto hasta El Almendral, los embrujaba con sus ojos malignos, y luego los devoraba y por eso ya nunca volvía a saberse de los infortunados. Los porteños comenzaron a llamarla La cueva del chivato desde el siglo XVII..
A finales del siglo XVII ese promontorio y sus alrededores fue vendido a un comerciante vasco Joaquín de Villaurrutia, quien lo dinamitó para comenzar a edificar los edificios que servirían de bodegas para sus transacciones comerciales.
Villaurrutia, logró ser dueño de una fragata con la que deseaba mantener el régimen colonial, pero muy pronto cayó en poder de los patriotas durante gloriosos acontecimientos producidos en 1821. La nave fue destruida durante un violento temporal que la estrelló en los roqueríos que existían frente a la Cueva del Chivato.
Fue hasta el siglo XIX que, según se cuenta, unos marineros ingleses descubrieron que el lugar albergó, en realidad, sucesivas generaciones de ladrones quienes escondían allí sus botines y aprovechaban de asaltar a los viajeros. Ladrones y no el diablo, vivían en el lugar
El año 1833, José Waddington, un comerciante inglés, compró una gran parte del Cerro Concepción, incluyendo los terrenos de la Cueva del Chivato y otros en la Calle del Cabo. Este ordenó nuevas demoliciones del fatídico promontorio haciendo desaparecer definitivamente la legendaria Cueva. El antiguo roquerío desapareció, mas no sus leyendas y su misterio. Ahora hay una placa recordatoria en esa concurrida calle y subiendo unas escaleras, a un costado de El Mercurio, se encuentra un restaurant que lleva ese nombre: La cueva del Chivato. Hasta donde recuerdo la comida no era muy buena. Por esa misma zona, un poco más arriba, vivió mi prima Marcela Latoja quien, ponía en la ventana de su casa, sus bellas marionetas. Más arriba aún, hay iglesias, como las de la foto, que creo es la Iglesia Anglicana o Luterana.
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