
La Princesa Mononoke subió a su blog la fotografía en que camina por la Calle del Arzobispo. Es como el Callejón Diagon – escribe - el de la película de Harry Potter, aunque con seres no tan pintorescos deambulando, pero sí más oscuros, más trágicos, peor vestidos. En todo caso es un callejón bastante peligroso y sórdido. Piensa, mientras escribe y recuerda. Salía entonces de una tokata y olían a cerveza rancia y a orines las escalinatas, el pavimento; toda la calle tenía el hedor del piso de un bar. Es que la ciudad aquella era un bar con marineros holandeses, chinos o polacos en juerga sempiterna, y la Princesa Mononoke parece eso entre la multitud, una princesa, aunque su estatura sea mínima y su rostro luzca pálido, con esas enormes ojeras que dan cuenta de su afición por la noche. Lleva una larga bufanda como un cisne enrollado al cuello y fuma todo el tiempo.
“Ya había amanecido – escribe - y cuando llegaba a mi casa pude ver el mar con estelas anaranjadas y doradas y de pronto emergiendo un submarino que no era amarillo sino gris, era de la Armada del Nuevo Extremo. Me quedé un rato largo mirándolo, porque submarinos no se ven a cada rato. Pero se hacía tarde, no tuve más remedio que entrar a casa y vestirme muy rápido porque ya eran casi las 7 de la mañana y tenía clases de Filología griega, creo. No me crees? Lo de la clase era verdad. El submarino también era real aunque no tanto como ese mar anaranjado y tranquilo. Quizás los borrachos holandeses sí los imaginé, porque eran una legión.”
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