viernes, 5 de diciembre de 2008

Cuando me acuerdo de Valparaíso


Cuando pienso en Valparaíso, pienso que en aquel entonces, como en los tiempos bíblicos previos a la caída, todo era puro placer, delectación total e infinita. Eso creía en aquel tiempo ya lejano, así que ¿para qué detenerse a pensar? ¿Para qué correr el riesgo de olvidarse en el ínter tanto que el alma era una bacanal interminable, un mar Tirreno el vino, un sinsentido metafísico el alma, un paroxismo los sentidos, un travestismo la ciudad antigua y sus colores irrepetibles, un a dónde voy dónde vamos dónde nos llevan cuándo nos vemos o qué me importa?

En aquel entonces, todo aquello no me interesaba, pues tampoco había ningún lugar al cual arribar, ni llegadero, parada de autobús o muelle, sólo el viaje, el bello viaje a reinos perdidos en la memoria.

Después fueron dioses oscuros, tramposos y ambiguos los que vinieron para llevarse mi música y las palabras pronunciadas a otra parte.

Y a pesar de todo, la ciudad era una fiesta interminable con algas, el olor yodado del mar en las narices y el viento agitando las bufandas o a punto de volar desde los funiculares mientras miraba los gatos, el mar iluminado, los edificios como proas de vacías embarcaciones en medio de la noche, la niebla y los mendigos.

Para ser sincera, ninguna entendía nada de nada, salvo las flores de la adormidera en nuestras manos frías. Nada existía, mucho menos las sirenas de los barcos con marineros partiendo sin ellas que agitaban pañuelos o el espectáculo de lo que éramos o pretendíamos ser y en eso se nos pasaba el tiempo y la vida. En eso, contemplando el mar sacudido por la tormenta en invierno, bebiendo chocolate caliente, leyendo a Maqueira, a Lemebel o viendo las películas de Emir Kusturika y Tim Burton, pero con fantasmas menos teatrales, más corpóreos, sin el bello cherokee Johnny Depp que nos acariciara e hiciera el amor, sin gitanos que animaran bodas o funerales, pero igual de enloquecidos todos y todas, tocando el acordeón en el techo, y algunas veces, hasta siendo muy felices. Pero después, ya no.

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Mirando Valparaíso desde el Cerro Cordillera, 2002

Mirando Valparaíso desde el Cerro Cordillera, 2002
Mi casa era el viento ululando por Valparaíso,/las luces de Quintero/los perros vagos deambulando por las calles.

En las alturas titeremundanas

En las alturas titeremundanas

John Márquez tras la cámara y Rodrigo Acosta en la dirección del programa infantil Títere Mundachi.

John Márquez tras la cámara y Rodrigo Acosta en la dirección del programa infantil Títere Mundachi.

En el bosque titeremundano...

En el bosque titeremundano...

Aunque algunos parezcan mutantes... Noo! Es Títere Mundachi

Aunque algunos parezcan mutantes... Noo! Es Títere Mundachi
Grabando en Mérida el programa infantil que dirige Rodrigo Acosta. Un montón de locos creativos con él a la cabeza han dado cuerpo a esta serie televisiva.

En pleno rodaje y con mucho frío.

Un felino porteño

Un felino porteño
Personaje característico de las calles de Valparaíso, visto por Marcela Latoja.

La ciudad que se deshace lentamente.

La ciudad que se deshace lentamente.
Siempre Valparaíso, por Marcela.

Subiendo hacia el Cerro Concepción.

Subiendo hacia el Cerro Concepción.
Los colores de la ciudad. By Alex Aguero.

Siempre presente... Allende.

Siempre presente... Allende.
Bajando por Almirante Montt, hacia Plaza Aníbal Pinto. Otra foto de Alex Aguero.

En pleno Almendral, mi escuela.

En pleno Almendral, mi escuela.
Escuela Ramón Barros Luco, Valparaíso. Es una construcción que data de 1926 y debe su diseño al arquitecto Alfredo Azancot. Conjuga diversos estilos y aunque ha sido modificada en su interior, aún conserva su misterio, como sus fantasmas, por ejemplo. Quienes estudiamos allí tenemos más de una historia al respecto.