
Esto que escribí hace tiempo, surgió a raíz de la “Parada Militar” que se efectúa todos los años en Valparaíso, como para rememorar viejas glorias de la Marina chilena, glorias que pocos recuerdan, quizás más penas que otra cosa. Porque para que el espectáculo sea soberbio, previamente se requiere el sacrificio de seres que afean el paisaje.
Y todos los años es igual. Ante la proliferación desmedida de canes, las autoridades, con ese autoritarismo que los caracteriza, no encuentran opción más práctica que la eliminación.
De perros vagos y otros paisajes
El paisaje es desolado aún cuando está poblado de seres. Vio unas manos con guantes verdes, próximos a aprisionarla. Unos ojos que no la miraban pero permanecían fijos en ella: objetivo móvil como el lente de la cámara que portan sus manos. Luego se percató que más allá se encontraban los verdaderos objetivos. En realidad, había tantos ojos como objetivos y lentes dispersos. Los perros que lograron salvarse de la matanza corrían paralelos a los habitantes de esta ciudad enloquecida, en medio de la plaza, enloquecidos también, partícipes y víctimas de la barbarie. Algunos perros estaban cojos, otro, de color negro, yacía tirado al lado de un banco. Más allá, las móviles sombras destrozaban lo que todavía permanecía en pie. La violencia era en realidad actuada, un libreto que se repetía año tras año y aunque el reparto era pésimo, todos conocían a la perfección su papel. Parece que entonces se acabaron los discursos, si es que alguna vez hubo algo qué decir. Ignoro qué fue de los perros sobrevivientes.
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